jueves, 27 de octubre de 2011

DON JUAN Y UNA HORA MÁS

DON JUAN TENORIO:
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
José Zorrilla, Don Juan Tenorio

DON LUIS
¡Por Dios que sois hombre extraño!
¿Cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
DON JUAN
Partid los días del año
entre las que ahí encontráis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas.
José Zorrilla, Don Juan Tenorio

DON JUAN Y UNA HORA MÁS
Don Juan Tenorio, nieto de aquel Burlador de Sevilla del cual heredó el nombre, y hermano de sangre de aquel Estudiante de Salamanca conocido por Don Félix de Montemar, retornó de la oscuridad como cada Noche de Difuntos. Embozado en su capa negra acechaba los pasos huecos de vivos o espectros que lo pudieran delatar. En la noche brilló el filo de una espada confundido con la luz de la luna.
Cerró el libro mientras pensaba esto. Él también se llamaba Juan. Él también había decidido entregarse a las locuras pactadas con el amor y agravadas por la pasión. Tendría que mentir para poder escalar los muros que le reunirían con Ella, con su Doña Inés tenoriana , su Doña Ana tirsomoliana o su Doña Elvira esproncediana. Porque Ella quizás era la suma de todas esas mujeres, era el resultado de muchos años recordándola con su cara de niña y su alma de mujer enamorada. A pesar del tiempo transcurrido, la buscó entre poemas que hablaban de olmos secos. Y la encontró sonriendo en esa rama reverdecida por una primavera entre San Saturio y San Polo.
Esa mañana llovía. La iba a ver después de casi dos décadas que no habían conseguido hacer desaparecer esos fantasmas que se instalan para siempre con férreas cadenas en el alma. Su corazón se aceleraba a medida que se acercaba al lugar pactado. Pensó si Don Juan Tenorio sentiría lo mismo cuando decidió raptar a Doña Inés. El plazo ya era cumplido.
Fotografía: Anna L. Schwensen  http://www.flickr.com/ 
Sus ojos se encontraron antes que sus palabras. Sus miradas no cesaron de hablar mientras sus labios callaban. Los latidos de sus corazones se esperaban o se adelantaban para no perderse ni un segundo unísono. Nada era igual pero todo era lo mismo. Ambos decidieron extraviarse a un pasado que reconocían y que entornaba sus puertas invitándoles a entrar por su sendero de hojas secas.
El cielo les castigaba con una lluvia gris. Sus almas se perdieron por  claustros cistercienses mientras paseaban entre la nada porque nada existía alrededor, solo el deseo de sellar con un beso primaveras besadas e inviernos sostenidos por columnas de piedra que fueron testigos silenciosos de la radiografía del amor.

Las palabras callaron. Cuando se besaron supieron que ya nunca más iban a poder dejar de hacerlo. El claustro cobró vida y Don Juan Tenorio les envidió. Él la convirtió en su Doña Inés. Pero quiso también convertirla en Doña Ana de Ulloa, queriéndosela llevar a un palacio esa noche de difuntos perfumada por el olor a tierra mojada.  Ella dudó, mas la noche les regalaba una hora más que nunca existió, la noche le robaba al propio tiempo minutos surgidos de la nada como obsequio a tantos años extraviados por el túnel del silencio.
Embozados en  su propio sueño consiguieron cruzar el puente levadizo que los conducía al palacio. La lluvia cesó y el cielo encendió miles de velas en esa noche de fantasmas ya difuntos, menos el de Don Juan Tenorio,  que rondaba curioso por los aposentos que habían ocupado.
Manos trémulas se entrelazaron temerosas de quemarse con el fuego de unos labios que devoraban la pasión. Arquitectura de pieles tallando en cada poro la firma de lejanos deseos ignotos. Rutas de caricias navegando por los valles de lo que late. Sinfonía de cuerpos improvisando las melodías del placer. El tiempo fue embrujado por la noche para poseerlo una hora más.
Reflejado en el espejo del aposento, mientras contempla la pasión de los amantes,  Don Juan Tenorio lanza una sonrisa irónica difuminada en el humo de su cigarrillo y se le oye musitar:
«No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague»

jueves, 20 de octubre de 2011

SUEÑO SE ESCRIBE CON B

Fotografía: imagenesfotos.com

SUEÑO SE ESCRIBE CON B
Subió al tejado para estar más cerca de los sueños que se embarcan en las nubes para ser náufragos del cielo.  Buscó el que tenía color azul, el más difícil de encontrar, el que se mimetiza con la bóveda celeste como camaleón soñando con el final del arco iris.
Subió al tejado porque los sueños no se subyugan a la fuerza de la gravedad. Se rebelan contra ella enarbolando su propia bandera de  libertad agitada por brisas de ilusiones y hoces de huracanes. Viajan en la maleta del viento facturada en las miles de estaciones del tiempo. Deseó encontrar una maleta extraviada para robar un sueño al soñar.
Subió al tejado porque desde la tierra los sueños se difuminan en el horizonte lejano, aquel que se une en un punto con el cielo que baja a besar los surcos de los caminos. Perdió la ruta del sueño en un atardecer. En su bitácora y en su cuaderno de campo, yacían las huellas despistadas de ese sueño confundido entre la tierra y el cielo,  alfarería de arcilla de senderos y lluvia de mar.
Revisó en sus bolsillos  la ortografía de los sueños. Y los sueños se escribían con b, de subir, que a veces también es bajar.

viernes, 14 de octubre de 2011

El Príncipe. Nicolás Maquiavelo.


El Príncipe es un tratado de doctrina política escrito por Nicolás Maquiavelo en 1513 mientras se encontraba confinado por haber conspirado contra los Médici. Obra de gran sentido común, fría, pragmática, rabiosamente actual en muchos aspectos y de profundo conocimiento del comportamiento humano. Tan importante fue este escritor que de ahí surgió el sustantivo “maquiavelismo” y el adjetivo “maquiavélico”, ambos referidos al que actúa con astucia, doblez y perfidia (RAE).

Ser temido mejor que ser amado, con el cuerpo y la coraza del león, y la cabeza y la astucia del zorro. Juzguen ustedes mismos…

Nace (...) una controversia: si es mejor ser amado que ser temido, o a la inversa. Mi respuesta es que convendría lo uno y lo otro; mas ya que es difícil reunir ambas cosas, es mucho más seguro ser temido que amado, si ha de faltar uno de ellos. Porque de la inmensa mayoría de los hombres puede decirse que son ingratos, volubles, engañosos, deseosos de evitar peligros y ansiosos de ganancias. Mientras los tratas bien, todos se declaran leales, te ofrecen su sangre, sus haciendas, sus vidas y hasta sus hijos, (...) en tanto no tengas necesidad de ello, que si la tienes, tiempo les falta para que se revuelvan contra ti.

(…)

Es de saber que hay dos modos de combatir: el uno, mediante las leyes; el otro, por la fuerza. El primero es propio del hombre; el segundo de las bestias. Pero como a veces el primero no basta, conviene recurrir al segundo. De ahí que sea necesario que  el príncipe sepa  usar debidamente tanto la bestia como el hombre (...) el león no sabe defenderse de las trampas  y la zorra no se defiende de los lobos. Por lo tanto, hay que ser raposa para conocer bien las trampas y león para infundir terror a los lobos. Los que sólo imitan al león lo ignoran todo.

Nicolás Maquiavelo, El Príncipe.

viernes, 7 de octubre de 2011

EGOÍSMO


ROMANCE IV

EGOÍSMO

Por los ríos caudalosos
de empatías naufragadas,
los meandros del orgullo
 recórrenlos las arañas.

Los territorios ajenos
se inundan de largas patas,
hilos de luto infinitos
tejiendo angulosas trampas.

Los espejos de Narciso
navegan en grises aguas,
y las pupilas reflejan
negra oscuridad del alma.

Truncado vuelo de presas
envenenadas sus alas
por hambre voraz de todo,
de un todo que solo es nada.
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