DON JUAN TENORIO:
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
José Zorrilla, Don Juan Tenorio
DON LUIS
¡Por Dios que sois hombre extraño!
¿Cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
DON JUAN
Partid los días del año
entre las que ahí encontráis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas.
José Zorrilla, Don Juan Tenorio
DON JUAN Y UNA HORA MÁS
Don Juan Tenorio, nieto de aquel Burlador de Sevilla del cual heredó el nombre, y hermano de sangre de aquel Estudiante de Salamanca conocido por Don Félix de Montemar, retornó de la oscuridad como cada Noche de Difuntos. Embozado en su capa negra acechaba los pasos huecos de vivos o espectros que lo pudieran delatar. En la noche brilló el filo de una espada confundido con la luz de la luna.
Cerró el libro mientras pensaba esto. Él también se llamaba Juan. Él también había decidido entregarse a las locuras pactadas con el amor y agravadas por la pasión. Tendría que mentir para poder escalar los muros que le reunirían con Ella, con su Doña Inés tenoriana , su Doña Ana tirsomoliana o su Doña Elvira esproncediana. Porque Ella quizás era la suma de todas esas mujeres, era el resultado de muchos años recordándola con su cara de niña y su alma de mujer enamorada. A pesar del tiempo transcurrido, la buscó entre poemas que hablaban de olmos secos. Y la encontró sonriendo en esa rama reverdecida por una primavera entre San Saturio y San Polo.
Esa mañana llovía. La iba a ver después de casi dos décadas que no habían conseguido hacer desaparecer esos fantasmas que se instalan para siempre con férreas cadenas en el alma. Su corazón se aceleraba a medida que se acercaba al lugar pactado. Pensó si Don Juan Tenorio sentiría lo mismo cuando decidió raptar a Doña Inés. El plazo ya era cumplido.
Fotografía: Anna L. Schwensen http://www.flickr.com/
Sus ojos se encontraron antes que sus palabras. Sus miradas no cesaron de hablar mientras sus labios callaban. Los latidos de sus corazones se esperaban o se adelantaban para no perderse ni un segundo unísono. Nada era igual pero todo era lo mismo. Ambos decidieron extraviarse a un pasado que reconocían y que entornaba sus puertas invitándoles a entrar por su sendero de hojas secas.
El cielo les castigaba con una lluvia gris. Sus almas se perdieron por claustros cistercienses mientras paseaban entre la nada porque nada existía alrededor, solo el deseo de sellar con un beso primaveras besadas e inviernos sostenidos por columnas de piedra que fueron testigos silenciosos de la radiografía del amor.
Las palabras callaron. Cuando se besaron supieron que ya nunca más iban a poder dejar de hacerlo. El claustro cobró vida y Don Juan Tenorio les envidió. Él la convirtió en su Doña Inés. Pero quiso también convertirla en Doña Ana de Ulloa, queriéndosela llevar a un palacio esa noche de difuntos perfumada por el olor a tierra mojada. Ella dudó, mas la noche les regalaba una hora más que nunca existió, la noche le robaba al propio tiempo minutos surgidos de la nada como obsequio a tantos años extraviados por el túnel del silencio.
Embozados en su propio sueño consiguieron cruzar el puente levadizo que los conducía al palacio. La lluvia cesó y el cielo encendió miles de velas en esa noche de fantasmas ya difuntos, menos el de Don Juan Tenorio, que rondaba curioso por los aposentos que habían ocupado.
Manos trémulas se entrelazaron temerosas de quemarse con el fuego de unos labios que devoraban la pasión. Arquitectura de pieles tallando en cada poro la firma de lejanos deseos ignotos. Rutas de caricias navegando por los valles de lo que late. Sinfonía de cuerpos improvisando las melodías del placer. El tiempo fue embrujado por la noche para poseerlo una hora más.
Reflejado en el espejo del aposento, mientras contempla la pasión de los amantes, Don Juan Tenorio lanza una sonrisa irónica difuminada en el humo de su cigarrillo y se le oye musitar:
«No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague»