Emilio o De la Educación, es un tratado filosófico sobre la naturaleza humana escrito por Rouseau en 1762. Actualmente se le considera el primer tratado sobre filosofía de la educación en el mundo occidental. Su finalidad era formar “buenos ciudadanos” aplicando las concepciones liberales de la época sobre educación (el hombre es bueno por naturaleza, la sociedad es la que le corrompe, nos decía)
Pretendía crear un sistema educativo que permitiera al hombre convivir con esa sociedad corrupta. Este libro se prohibió y se quemó en público en París y en Ginebra, pero rápidamente se convirtió en uno de los libros más leídos en Europa.
Pretendía crear un sistema educativo que permitiera al hombre convivir con esa sociedad corrupta. Este libro se prohibió y se quemó en público en París y en Ginebra, pero rápidamente se convirtió en uno de los libros más leídos en Europa.
Volviendo a nuestro joven siglo XXI, me ha llamado la atención esta cita del libro, que a continuación transcribo. Ya en el siglo XVIII se planteaban una cuestión que hoy día nos inquieta a educadores, a padres y a la sociedad en general ¿Estamos educando correctamente a nuestros jóvenes, a nuestros alumnos y, en su caso, a los hijos? ¿tienen lo que necesitan o necesidades innecesarias? ¿no será que en muchos casos (no en todos) lo tienen todo y por eso no valoran nada? ¿qué tipo de futura sociedad estamos moldeando teniendo en cuenta los observables resultados que nos rodean cotidianamente? Como educadora, tengo especial interés en conocer sus valiosas opiniones…Escuchen al bueno de Rouseau…
Jean Jacques Rouseau
¿Sabéis cuál es el medio más seguro de hacer miserable a vuestro hijo?: acostumbrarle a conseguirlo todo, porque como crecen sin cesar sus deseos con las facilidad de satisfacerlos, tarde o temprano os precisará la impotencia, mal que os pese, a venir a una negativa; y no estando acostumbrado, esta le causará más sufrimiento que la privación de lo mismo que desea.
Primero querrá el bastón que lleváis, luego pedirá vuestro reloj, después el pájaro que vuela, la estrella que ve brillar; en fin, todo cuanto vea; y a menos de ser Dios, ¿cómo le habéis de contentar?
El hombre tiene una predisposición natural a mirar como suyo cuanto está en su poder. El niño, a quien basta con querer para alcanzar, se cree árbitro del universo, mira como esclavos suyos a todos los hombres, y cuando al fin se ven en la precisión de negarle algo, él, que cree que todo es posible cuando da órdenes, contempla esta negativa como un acto de rebelión.