Dibujo las líneas de tu nombre en mis ojos mientras espero que la fría tarde que se va, me traiga la paleta de pintora para colorearlas con trazos infantiles.
Los viejos pinceles yacen preparados, depositados en el aguarrás que ha conseguido desprender todo indicio de tonalidades pasadas que se han depositado en el aguafuerte del olvido; su penetrante olor me recuerda el vuelo azul de las golondrinas que nunca regresarán.
Ahora el crepúsculo me coloca en el caballete del atardecer, un gélido lienzo en blanco en el que adivino sombras rojas de perfume de sol poseyendo el azul de un cielo que huye por el pasadizo de la noche. Y en la fuga, exploro huellas violáceas de la fusión de esa pasión carmesí y ese sueño añil. Deseos malvas compartidos en la antesala de la oscuridad.
No estás donde te anhelo sino en donde te amo. Allí donde el tiempo pinta jardines en las esferas del reloj, allí donde la distancia hace rozar tu esquina y mi rincón. Y mientras el tiempo y lugar se yuxtaponen en estampas modernistas, mi corazón va encalando de colores cálidos la antecámara de nuestra alcoba plateada. Acuarelas de tapices que nos miran.
La entrada sigilosa de la noche despliega su alfombra roja en el cielo y nuestros pasos trémulos la tiñen de flores besando el alba. Nuestro único reloj es la noche compartiendo todas las pinceladas de horas que le dan nombre. Fusión de arcos iris en busca del octavo color.
La fría luz del alba despertó iluminando un cuadro de dos manos enlazadas, de dos labios sellando los cromatismos de los sueños. Y un nuevo lienzo en blanco amaneció.