domingo, 28 de febrero de 2010

CAVERNA PLATÓNICA EN ALQUILER: BUENAS VISTAS


MUY LUMINOSA
Las sombras palpitantes que se reflejaban en la pared de la húmeda caverna, eran la realidad que observaba Él. Detrás, el fuego que las reflejaba, y el de una pasión. Y entre las negras sombras y las inquietas llamas, Ella se paseaba, proyectando en la pared formas tan caprichosas como reales, bailando una danza que invitaba a bajar al Infierno por segunda vez al mismísimo Orfeo. Él, de cara a las sombras, Ella de cara a la hoguera. Él de espaldas a la luz, Ella, de espaldas a las sombras. Cada cual con su propia realidad, de sombras y luces.




AMPLIA TERRAZA
Esa noche hubiera querido volar hacia su ventana y colarse entre sus sábanas de caricias. Era la misma sensación que tenía cada noche que no pasaba con Ella, noches largas que derretían los relojes de su almohada. Sabía que esa mujer le amaba con sus silencios de miradas furtivas, con las sombras chinescas que proyectaba en su corazón. Tendría que esperar a mañana para verla, en el estanque de nenúfares del parque, junto al banco que los conoció y que también albergó aquel libro abandonado por Ella, que Él no dudo en devolverle aunque entre sus páginas colocó deseos de citas eternas; Ella le devolvió una sonrisa quedándose desde ese instante con todos sus sueños aprendidos y por aprehender. Allí era la cita que Ella le había propuesto, sin duda porque deseaba rememorar después de tres amables y cálidos meses juntos, ese rincón tan privado para ambos, la génesis de su primer encuentro, el brote fresco del lirio blanco.

Salió a la terraza e hizo cómplice de sus anhelos a la Osa Mayor que, como una cometa argéntea en la noche, le alertaba de dónde se encontraba el norte que la brújula del corazón se empeñaba siempre en convertir en barco fantasma a la deriva.





SUELOS DE MÁRMOL
Esa noche Ella arrojaba contra la pared del dormitorio todos los fotogramas de su película de amor. Uno por uno volaban para acabar estrellándose en ese muro de incomprensión que últimamente crecía por encima ya de sus cabezas. Habían sido albañiles de muros. Y cuando iba a lanzar otro se dio cuenta de que se le habían terminado. Comprendió que estaba en lo cierto: no había interpretado una película sino un breve cortometraje en el que ni tan siquiera había sido la protagonista, había preferido quedarse entre bastidores bailando frente al fuego, sin saber que en la oscuridad de los ojos de Él esas contorsiones reflejaban seductoras sombras hambrientas de palabras, sombras falaces para aquél que está encadenado frente a la pared de su caverna personal. La idea de haber quedado en el banco del estanque era el mejor epílogo para cualquier prólogo, todo debía terminar justo donde comenzó. Utilizó esa mirada furtiva, que tanto le gustaba a Él, para dirigirla hacia el billete de avión que dormía sobre su mesilla de noche descansando para iniciar al día siguiente el nebuloso viaje hacia el laberinto del Minotauro.

Sus pies desnudos sintieron el alivio del lacerante frío del mármol cuando se levantó a cerrar la ventana, se negaba a dejarse engañar por el parpadeo de las estrellas.




ZONAS COMUNES AJARDINADAS
Los nenúfares del estanque navegaban sobre corazones verdes que a Él se le antojaban rojos. Los nenúfares del estanque viajaban sobre islas flotantes que Ella veía desiertas.

Los labios de Ella pronunciaron espadas que mortalmente se hendían justo en el punto central de cada uno de esos corazones verdes a la deriva. El fuego de la hoguera se extinguía con la rapidez de la lágrima, con la celeridad de la falta de oxígeno. Pero aún así, Él respiró el poco que quedaba entre los dos y lo percibió mezclado con el perfume de las sombras, unas sombras que a medida que las llamas decrecían, iban tornándose pequeñas, bajaban por la pared de la caverna como salamandras que desean desaparecer en el fuego. Y desaparecieron. En un acto de involuntaria valentía, se soltó las cadenas, volvió la cabeza y miró hacia la hoguera que siempre había tenido detrás y que ahora sólo eran brasas a punto de extinguirse; recogió las suaves cenizas de sombras y se las guardó en el bolsillo de mil agujeros, por si las necesitaba para otra vez.

Se sentó en el banco de ambos, abandonado como el libro que fue la puerta de entrada a su caverna, mientras la veía alejarse entre infinitas hileras de olmos blancos que se apartaban para dejarla pasar al país de detrás del espejo. Cogió la llave amarga de la decepción y cerró la caverna con los siete candados ya oxidados por la espera de la caricia que nunca llega. Y colgó el cartel.

viernes, 26 de febrero de 2010

Fernando Sánchez Dragó, Las fuentes del Nilo



Capear el temporal con una serena sonrisa o moviendo acertadamente las piezas del ajedrez que nos ha proporcionado la experiencia.
Suculenta receta de vida la que nos propuso Sánchez Dragó en este tan denso como interesante libro.
Eso sí, este plato se debe servir bien frío y acompañado de un cálido vino que nos reconforte el alma.







Se enteró Dionisio de que todos los problemas de la vida, absolutamente todos, pueden recibirse con la larga cambiada del humor y ventilarse, desviarse, desdeñarse, destroncarse y olvidarse con el simple y acerado filo de una sonrisa. Lo que ciertamente no era poco.( ... )

No se lo esperaba. La lección, de todos modos, fue ruda e importante. Siempre lo es, tardío o no, el lúgubre descubrimiento de que no basta con entender las cosas para que cambien ni con saber lo que se quiere para empezar a hacerlo o, como mínimo, para intentarlo y luchar por ello. ( ... )


Ojo Dioni. Ponte ese flotador en la cintura y guarda en el bolsillo lo demás. No sueltes el timón. No sostengas la mirada de Circe. No comas nenúfares. No te enamores. Haz como Ulises: aprende a sobrevivir. Te lo digo porque dentro de un instante va a sucederte algo, pero no te asustes ni huyas ni busques pelea. Perderías el tiempo. No te opongas nunca a lo inevitable. Incorpóralo a tu vida o a tu alma y serás invencible. Capea, de momento, el temporal con tu famosa sonrisa, déjate ir y recurre, si sabes y puedes, a las ignotas fuerzas oscuras y al calor negro secretamente depositado por ellas en tu espíritu. No mires atrás, pero tampoco reniegues de tu pasado. Llévalo contigo. Y ahora, Dioni, suerte. ( ... )

domingo, 21 de febrero de 2010

MIÉNTEME CON VERDADES



Miénteme con verdades
que con mentiras
despacio hay que caminar.

* * *

Miénteme con cañas de azúcar
y ambrosías celestes,
con regaliz o anís estrellado,
pero no me mientas
con la amargura del trébol
que nunca tiene cuatro hojas,
o con la artemisa aunque
tenga nombre de diosa.

* * *

Miénteme con la melodía
del albo amanecer,
con las alas de la paloma
o con las notas del mirlo,
pero no me mientas
con las brasas del atardecer,
o con el palpitante lenguaje
de las aves nocturnas.

* * *

Miénteme con el rojo pasión,
con el verde de la mirada
o el azul que empapa el mar,
pero no me mientas
con el negro de la fragua
o el luto del crespón,
no quiero sombras de ónice,
miénteme en technicolor.

* * *

Miénteme con verdades,
que la auténtica verdad
ya te la estoy mintiendo yo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

EL REGRESO A ÍTACA



Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca, debes rogar que el camino sea largo (…)
K.Kavafis


Mirar hacia abajo era ver el ocre del camino y el polvo jugueteando entre sus pasos dubitativos pero sólidos. Avanzar era futuro próximo y pasado cercano. Un paso hacia adelante suponía dos de vuelta. Mirar hacia abajo era seguir a su propia sombra, alargada por el sol que quedaba a su espalda , sol testigo y cobarde que prefería ocupar la retaguardia de sus recuerdos, y que ya buscaba perezosamente un lugar donde esconderse. En cambio , su sombra, espíritu de sí mismo, había optado por llevar la vanguardia, se había rebelado saliendo de sí mismo en busca de sus ilusiones, de manera que parecía marcarle el sendero por el que seguir. Mirar hacia abajo era evitar tropezar con altivas piedras o caer en baches cenagosos donde el hedor convertía el paisaje en blanco y negro. Giró la cabeza en un acto de valentía para ver sus huellas en el camino recorrido y solo encontró difusas marcas de cuello de cisne, interrogaciones sinuosas como áspides asfixiantes sobre el cuello de Cleopatra.

Mirar al frente era ver un minúsculo punto difuso en la lejanía al que apuntaban las dos líneas convergentes del camino. Era avanzar entre esas dos líneas siempre separadas a su lado izquierdo y derecho, pero siempre unidas en aquel punto remoto que se extendía constantemente en su retina. Mirar al frente era precisamente eso, fotografiar un horizonte que caprichosamente se miraba en el espejo de esta retina. Un horizonte pintado con acuarelas del alma, que ahora era cada vez más oscuro ya que la entrada de la noche y la tormenta habían decidido ser sus compañeras de camino. Mirar al frente era un pulso contra el fuerte viento que le empujaba hacia atrás, o hacia sí mismo, o hacia los áspides; el viento le parecía marcar un coto restringido al que sólo le está permitida la entrada a aquellos que formaron la tripulación de Ulises.

Mirar hacia arriba era mantener una lucha encarnizada con una luna llena y arrogante, cuya táctica de combate era esconderse , cuando lo tenía a buen fin, entre nubarrones negros que ella pintaba a su antojo de color blanco o grisáceo. Mirar hacia arriba era dejarse acariciar por una fina lluvia de seda que comenzaba a caer como lanzas inocuas sobre su cara. El hombre mojado no teme a la lluvia. No había amables estrellas que le orientaran en ese camino, las nubes las tenían encerradas bajo un negro telón; solo veía rayos bifurcados que marcaban mil direcciones y ninguna, trayectos confusos que en ocasiones volvían al punto de partida. Mirar hacia arriba no era elevarse sino recordar que estaba en ese sendero, sendero que a fuerza de andarse ya se estaba convirtiendo en camino.


Mirar hacia abajo, al frente o arriba, tener la mala fortuna de encontrarse con lestrigones, cíclopes o con el airado Poseidón, o tener la dicha de disfrutar de oasis de ensueño o paraísos soñados. Llegar al infierno o al nirvana. Había encontrado el secreto del camino, el disfrutar los placeres y sinsabores del trayecto, en gozar de su recorrido…Llegar al fin del sendero era llegar al fin de su libertad. Ítaca era la muerte, la vida comenzaba en el camino hacia ella.

domingo, 14 de febrero de 2010

Julio Cortázar. Rayuela



¿Qué es un beso? Julio Cortázar hace una de las mejores descripciones literarias del proceso de dar y darse, simple, acertada, gráfica, par, cálida, y apropiada quizá, para el día que es hoy. Sin estridencias ni demasiado azúcar, más bien, edulcorante. Me apetece compartirla.





"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.


Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos, el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorver simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."


Julio Cortázar, Rayuela 7

sábado, 13 de febrero de 2010

Lope de Vega. Soneto


SONETO


Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;


no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso;


huir el rostro al claro desengaño,

beber veneno por licor süave,

olvidar el provecho, amar el daño;


creer que un cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño;

esto es amor, quien lo probó lo sabe.


Lope de Vega

viernes, 12 de febrero de 2010

LA ONDINA


No había mares en Royal City, aunque mirando los atardeceres de fuego en la lejanía algunos hablaban del mar de La Mancha, ese que no conoce la fina línea que separa los campos sombríos y el cielo que sangra al atardecer.


No había mares, por tanto, no debía de haber barcas varadas resguardadas de la resaca o golpes de mar, esperando a ese corazón solitario y marinero que las sumergiera en el placer infinito, casi orgásmico, del contacto salado de aguas cálidas.


No había mares ni barcas varadas pero una noche la brisa trajo flotando acordes y melodías que traducían palabras nunca dichas y besos nunca dados, y un océano negro y centelleante, espejo de luna coqueta, emergió de la nada, de la casualidad o la causalidad. Y un corazón temeroso se atrevió a inventar una barca y adentrarse en el sabor de la oscuridad de ese mar tan desconocido como magnético. Y apareció ante sus ojos. Era ella. La ondina. Había oído hablar tanto de ella...


No había mares ni barcas varadas, ni marineros ni océanos, ni tan siquiera había noche, pero ahí estaba ella. Provocando melodías de cantos de sirena, hablando con miradas y acariciando con silencios, alejándose con su cercanía y acercándose con sus labios de ojos abiertos... La observó hasta que la noche abrió sus ojos, lentamente, con resaca de besos y sabores, incluso la acarició y poseyó en ese sueño que es vigilia. Fue una de esas únicas noches que se instalan perezosas en el rincón más privado del alma. Y amaneció... La noche se fue con la ondina entre aromas de voces. Y es que la ondina y su voz son la misma cosa...


Ahora sé que existe.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Mario Benedetti. Desde los afectos



DESDE LOS AFECTOS

¿Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo?
Que uno sólo tiene que buscarlo y dárselo,
Que nadie establece normas salvo la vida,
Que la vida sin ciertas normas pierde forma,
Que la forma no se pierde con abrirnos,
Que abrirnos no es amar indiscriminadamente,
Que no está prohibido amar,
Que también se puede odiar,
Que el odio y el amor son afectos,
Que la agresión porque sí duele mucho,
Que las heridas se cierran,
Que las puertas no deben cerrarse,
Que la mayor puerta es el afecto,
Que los afectos nos definen,
Que definirse no es remar contra la corriente,
Que no cuanto más fuerte se hace el trazo más se dibuja,
Que buscar un equilibrio no implica ser tibio,
Que negar palabras implica abrir distancias,
Que encontrarse es muy hermoso,
Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida,
Que la vida parte del sexo,
Que el “por qué” de los niños tiene un porque,
Que querer saber de alguien no es sólo curiosidad,
Que querer saber todo de todos es curiosidad malsana,
Que nunca está de más agradecer,
Que la autodeterminación no es hacer las cosas solo,
Que nadie quiere estar solo,
Que para no estar solo hay que dar,
Que para dar debemos recibir antes,
Que para que nos den hay que saber también cómo pedir,
Que saber pedir no es regalarse,
Que regalarse es, en definitiva, no quererse,
Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos,
Que para que alguien “sea” hay que ayudarlo,
Que ayudar es poder alentar y apoyar,
Que adular no es ayudar,
Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara,
Que las cosas cara a cara son honestas,
Que nadie es honesto porque no roba,
Que el que roba no es ladrón por placer,
Que cuando no hay placer en las cosas, no se está viviendo,
Que para sentir la vida no hay que olvidarse que existe la muerte,
Que se puede estar muerto en vida,
Que se siente con el cuerpo y la mente,
Que con los oídos se escucha,
Que cuesta ser sensible y no herirse,
Que herirse no es desangrarse,
Que para no ser heridos levantamos muros,
Que quien siembra muros no recoge nada,
Que casi todos somos albañiles de muros,
Que sería mejor construir puentes,
Que sobre ellos se va a la otra orilla y también se vuelve,
Que volver no implica retroceder,
Que retroceder también puede ser avanzar,
Que no por mucho avanzar se amanece más cerca del sol
¿Cómo hacerte saber que nadie establece normas salvo la vida?


Mario Benedetti

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