Fotografía: Marisa vegas
RETORNO AL CORAZÓN DE
SILOS
Tras
diecinueve años desde mi última visita, he hecho una escapada a Santo Domingo de Silos (Burgos). Ruta
de “la cuna del español”, ruta cuyos pasos, inexorablemente, te llevan junto a
esas piedras doradas, las del Monasterio
de Silos. Piedras que guardan celosamente los secretos más inconfesables de
la historia, piedras que llevan talladas el calor de los recuerdos de aquellos
que se acercaron a ellas y no pudieron olvidar la belleza lánguida de su mirada.
Reencuentro con el tiempo detenido.
Claustro
benedictino custodiado por fiel y literario guardián, por el enhiesto surtidor de sombra y sueño. Así
lo miró Gerardo Diego, así lo soñó su
alma sin dueño con ocasión de una
visita al monasterio, así inmortalizó la savia del ciprés de Silos que fue la tinta para su soneto:
Fotografía: Marisa Vegas
EL CIPRÉS DE SILOS
Enhiesto
surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Fotografía: Marisa Vegas
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Fotografía:
Marisa Vegas
Cuando te vi
señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
Fotografía:
Marisa Vegas
Atenta mirada te lanzan
los ojos del claustro, ciprés de Silos. Sesenta
arcos románicos te velan desde laudes
a maitines. Se oyen los lamentos de las figuras de piedra y sombra de la
cara interna de las cuatro pilastras
del recinto, de los discípulos de Emaús, al no poder contemplar la belleza del
árbol místico.
Fotografía:
Marisa Vegas
Figuras de piedra
entretenidas en la Anunciación y
Coronación de María. Ángeles sin
ombligo que el maestro escultor allá por el siglo XII consiguió que volasen sempiternos en el frío claustro de
Silos. Suspendidos en el tiempo, detenidos en un ángulo de la galería, enemigos
del Ángel Caído.
Fotografía:
Marisa Vegas
El
cielo de Silos no es azul, es un artesonado
mudéjar, vestigio de aquella Reconquista cristiana. Manos musulmanas ricamente
decoraron cerca de 700 figuras y escenas de la Castilla de los siglos XIV y XV.
Enemigos de fe, amigos del arte, padres todos ellos de la belleza
arquitectónica y escultórica de Silos. La paz siempre se ha escrito con la
pluma del arte.
Fotografía:
Marisa Vegas
Claustro
de doble planta levantada en tiempos del prior de San
Millán de la Cogolla, Domingo, quien
te restableció tu antiguo esplendor perdido bajo las razias de Almanzor y a
quien debes tu nombre y apellido: Santo Domingo de Silos. Tu hermano mayor es
el claustro inferior, levantado en
el siglo XI y comienzos del XII, mientras que el claustro superior nació a finales del XII. Ambos tuvieron maestros diferentes que te modelaron
con diferentes estilos pero que dejaron en ti las huellas de sus más exquisitas
enseñanzas.
Fotografía:
Marisa Vegas
Robustos
y ricamente decorados son los brazos que te sustentan. 120 columnas de doble fuste conforman tu cuerpo del claustro bajo,
engalanadas con los brazaletes de 64
capiteles diferentes donde la figuración y ornamentación románica no
encontraron espejo que reflejara mayor belleza.
Fotografía:
Marisa Vegas
Animales
quiméricos, grifos, leones, arpías, centauros y aves fabulosas
moran tatuados en el silencio de tus capiteles escribiendo su propia historia,
sueños esculpidos del maestro escultor.
Fotografía:
Marisa Vegas
Toda clase de elementos vegetales trenzan también la
corona artística de tus columnas. Laborioso entusiasmo de aquel que perpetuó una
belleza condenada a la eternidad.
Fotografía:
Marisa Vegas
También escenas bíblicas y evangélicas escritas
con la caligrafía de la piedra se detienen en tus capiteles bajo la silenciosa
mirada de tu Ciprés, atento discípulo de tus lecciones figurativas.
Fotografía:
Marisa Vegas
Mirándote frente a frente,
Ciprés de Silos, está el campanario del
monasterio, compitiendo contigo por ser la saeta más afilada que consiga
acariciar ese cielo de espiritualidad. Sus campanas son las palabras indelebles
y monótonas que marcan el camino de las horas de rezos de los monjes
benedictinos. Enhiesto reloj de la oración.
Fotografía:
Marisa Vegas
Al oeste del claustro,
allá por donde el sol va buscando la noche, se encuentra la iglesia del monasterio. La paz de tus
laberintos de piedra se impregna con el eco del canto de Gregorio Magno. Monjes
de Silos cantando a Dios en vuestro
corazón (San Pablo).
Fotografía:
Marisa Vegas
Pero
antes de llegar al canto, observo que un soporte central -el único-
no está formado por fustes quíntuples, sino que el del lado norte es cuádruple y torsado. ¿Firma distintiva
del maestro escultor? En mi retina se me antoja una metamorfosis del tronco de la piedra y el tronco del Ciprés de
Silos: ambos compitiendo por la belleza, escultórica y natural, respectivamente.
Botica
de Silos
El monasterio de Silos no
solo fue un centro para sanar el alma sino también para sanar el cuerpo. Entro
en la botica y rebotica. Los monjes
crearon un hospital y una leprosería familiarizándose así con la Botánica. Se
creó en 1705 y disponía de su propio
jardín botánico, laboratorio farmacéutico y biblioteca especializada con 400 volúmenes
de entre los siglos XVI al XIX.
Botica
de Silos
Se conservan 400 jarros de loza con el escudo del monasterio, anaqueles con sus
tarros para las pócimas y remedios, hornos, retortas, alambiques y demás
instrumentos para la alquimia. Palpo en el aire las horas de investigación y
experimentación pasadas por esos monjes en este lugar, su ciencia basada en un
magnífico Dioscórides de 1525 con
espléndidas ilustraciones de animales y plantas, joya bibliográfica de obligada
consulta par los monjes boticarios del monasterio.
Fotografía:
Marisa Vegas
Salgo de la botica y
tropiezo con la labor de los monjes
copistas medievales de Silos. No solo perpetuaron el saber de la época sino
que, amanuenses infatigables a la luz de una vela, iniciaron tímidamente el
recorrido que seguiría el latín que hablaba el pueblo, el incipiente
castellano, cuya primera muestra de esta lengua la encontramos en las glosas silenses (siglo X-XI) aparecidas
en este monasterio como su adjetivo indica. Miniaturas y dibujos en rojo, negro
y azul, fundamentalmente, ilustran los casi 160.000 ejemplares que conforman su
biblioteca, solo accesibles para los
huéspedes e investigadores que lo soliciten. La cultura, como en la época
medieval, perdónenme, la Iglesia la sigue vetando en sus estanterías de madera
como elemento de poder. Allí duermen y envejecen libros callados y petrificados
como las piedras de ese claustro. Celosa de curiosidad no satisfecha, me dirijo
a la iglesia.
Interior
de la iglesia del monasterio
En el interior de la iglesia del monasterio de Silos la paz reposa, el
silencio se escucha. El recinto sagrado permanece en penumbra, solo está iluminado el altar que espera pacientemente a
esos monjes y sus partituras gregorianas. Solo se oye la voz de mi interior. El
ambiente se sumerge en la Edad Media
y en el más puro Romanticismo, aun
más cuando un anciano benedictino nos invita a visitar los fosos de la iglesia donde se hacen excavaciones de restos arqueológicos. Desciendo por una
escalera en una completa oscuridad solo violada por la luz de mi teléfono
móvil. Mi imaginación exaltada me lleva al descenso a los infiernos de Dante,
divina comedia. Tras observar sarcófagos de piedra, capiteles figurativos y
plantas de construcciones anteriores a la edificación de la iglesia, asciendo de
nuevo a ese recinto solitario y de acústica perfecta.
Antifonario
con canto gregoriano
En silencio van saliendo
los monjes como si lo hicieran del mundo de ultratumba, colocándose a ambos lados del altar. El canto gregoriano va a dar comienzo. El latín no tuvo una expresión musical
más sublime. Ya la primera nota haría estremecer hasta al mismo Diablo, la
última, ya me ha trasportado al Paraíso.
Disfrútenlo como lo hice yo:
Todas
las fotografías son de mi autoría exceptuando las dos últimas y las dos
referentes a la botica del monasterio, que han sido extraídas del buscador de
imágenes de Google.