La torre de Babel
(1563).- Pieter Brueghel
CRUCIGRAMA
BABÉLICO
La
noche anterior había puesto el despertador a las diez de la mañana. Sería sábado.
Había sido una semana intensa de trabajo. Necesitaba descansar. Además, lo
había preferido poner en opción de radio ya que prefería que le despertaran las
noticias y, así, poder aprovechar cinco minutos más en la cama poniéndose al día
en la actualidad.
Cuando
el manto de seda negro de la noche se levantó de la ciudad, el sol ya comenzaba
a querer filtrarse por las rendijas de la persiana de Marcos. Fue entonces
cuando le despertó en la radio, a la hora convenida, la canción “Así estoy yo
sin ti” de Sabina. Pensó en Maica. La reconoció por la melodía ya que se
sorprendió oírla en un idioma que desconocía. Nunca había sido muy ducho en
idiomas pero manejaba tres con aceptable fluidez. Pensó que las
discográficas ya no sabían ni qué hacer para vender discos en esta época de
crisis total. Suspiró y esperó tumbado en la cama a que el tema musical
terminara. Las noticias estarían a punto de emitirse. Pero cuando llegaron, su
ceño se frunció extrañado al comprobar que no entendía ni una sola palabra de
lo que estaba emitiendo el periodista. Inglés no era, lo tenía bien claro, y
mucho menos francés; a ratos se parecía en algo al alemán, pero tampoco se trataba
de la lengua teutona. No entendía nada aunque el dialecto le parecía haberlo
oído en alguna ocasión. Intentando encontrar una explicación al asunto, pensó
que se trataba de una interferencia extraña de alguna emisora de algún país del
este, ya que esos idiomas sí que los desconocía completamente. Con gesto de
estupor, decidió levantarse de la cama y prepararse el desayuno.
Mientras
la mañana del sábado giraba en el remolino negro de su taza de café, se
sobresaltó al escuchar una fuerte discusión de los del piso de arriba. Eran una
joven pareja alquilada que llevaban tiempo sin entenderse demasiado como
atestiguaban las continuas discusiones que cada vez se producían con más
frecuencia. O ¿ya no eran ellos? Porque lo que estaba escuchando era una
discusión en un idioma que no se parecía en nada al castellano. ¿Serían nuevos
inquilinos inmigrantes?
- - Qué mala suerte - pensó Marcos - ¿es qué todas las desavenencias conyugales
vienen a parar al piso de arriba?
Con
fastidio y para mitigar el ruido, decidió poner la televisión mientras apuraba
el último sorbo de café. Se sorprendió al comprobar que el primer canal que
aparecía en pantalla, emitía un programa de cocina en un idioma, por tercera
vez durante la mañana, incomprensible para sus oídos. Decidió cambiarlo, pero
la tertulia política que había en el siguiente emitía en ese enigmático idioma.
Sin salir de su estupor, empezó con nerviosismo al martillear una y otra vez el
botón de cambio de canal del mando del televisor. Pero en todos los canales el
resultado era el mismo: publicidad, noticias, música, deportes, debates… en esa
lengua endiablada que no conseguía descifrar.
- - No lo puedo creer… ¿pero qué
demonios está pasando aquí?
Imaginó
que el problema estaría en su antena parabólica que, a saberse el porqué, se
había metamorfoseado en una críptica Torre de Babel. Arrojó enfadado el mando
sobre el sofá y decidió irse a dar una ducha que purificara el mal humor con el
que había empezado el sábado. Mientras dejaba que el agua caliente se filtrara
por los poros de su piel, pensó en las lágrimas de Maica, extraviadas en el
banco del parque en el que habían estado la tarde anterior. No soportaba ver
llorar a una mujer, así que decidió que lo mejor sería marcharse. Y mientras lo
hacía, sintió los ojos vidriosos de Maica, sentada en el banco de madera,
clavados en su espalda, intentando dibujarle en cada paso las letras de su alfabeto.
Cuando ya estuvo lejos de allí, miró hacia atrás: un reguero de palabras
confusas y huérfanas yacían desordenadas a lo largo de todo el trayecto
recorrido.
Escogió
unos vaqueros negros y una camisa blanca, y decidió bajar a la calle a comprar
el periódico y el pan. Mientras esperaba al ascensor, comprobó que la pareja
joven de arriba que hacía unos instantes la había oído discutir en un idioma
ininteligible, bajaban andando por la escalera, abrazados. Se sorprendió al
descubrir que era la pareja que él conocía, no una nueva alquilada como había
pensado hacía un instante. Al cruzarse con él, los dos le saludaron con una
misma palabra que Marcos, por enésima vez, no comprendió. Respondió al saludo
con un sorprendido gesto de cabeza sin poder salir de su asombro. ¿Se estarían
mofando de él? Empezó a preocuparse.
Al
pasar por el parque, con dirección al quiosco de periódicos, observó como tres
niños de unos diez años discutían acaloradamente. A medida que se acercaba a
ellos, la riña llegó a las manos y los vio convertidos en una bola de puños y
piernas que rodaba por la arena. Apresuradamente se acercó a ellos con
intención de separarlos pero se quedó inmóvil al escuchar lo que parecían ser
unos insultos en una lengua que no entendía y que ya le estaba resultando
familiar. La disputa estaba siendo seria y, a pesar de su estupor, decidió
intervenir y separarlos. Los tres chiquillos comenzaron atropelladamente a
explicarle a gritos lo que intuyó que podrían ser las razones de la pelea. No
entendía nada de nada. Desesperado, decidió taparse con ambas manos sus oídos y
alejarse de allí creyendo estar en una molesta pesadilla.
Paisaje con la
caída de Ícaro (1558).- Pieter Brueghel
Con
verdadero miedo de que volviera a ocurrir, se plantó delante del quiosco. Antes
de coger el periódico miró de reojo al vendedor que estaba concentrado en la
tarea de un crucigrama. Sin mediar palabra con él, depositó el coste del
periódico en la repisa. No soportaría oírle hablar en esa lengua… infernal que
esa mañana todo el mundo se había puesto de acuerdo en hablar para provocarle
la máxima desesperación. Así que, después de pagar, se dispuso a darse la
vuelta e irse de allí lo más rápido posible. Pero cuando aún no había dado ni
tres pasos, oyó como el quiosquero gritaba entusiasmado, una
palabra ininteligible que debía ser la que había estado buscando a conciencia
para completar el crucigrama. Marcos se paró un instante, expiró profundamente,
se colocó sus gafas de sol, e intentando mantener el tipo, decidió regresar a
casa. No iría ya ni a por el pan.
Se
tumbó en el sofá mientras su mano derecha limpiaba su frente sudorosa. ¿El
mundo se había vuelto loco o era él el que caminaba al revés? Quiso poner un
poco de música relajante para tranquilizarse. Esta vez no habría duda: eligió
un disco de los Eagles. Sonarían en un inglés que conocía bien. Necesitaba
reconocer y comprender alguna lengua ya que con el castellano no era posible.
Esta vez, funcionaría. Con manos trémulas le dio al play. Pero, al igual que antes había sucedido con la canción de
Sabina, la lengua de los Eagles era babélica…
- - No, no, no…. –repitió con desesperación.
Y
mientras su frente la sostenía con la palma izquierda de su mano, la imagen del
sendero de palabras huérfanas que se había creado entre él y Maica la tarde que
la dejó en el naufragio de lágrimas en el banco, le vino a la mente. Recordó
que cuando miró hacia atrás, yacían en el suelo, detrás de sus pasos, letras
negras, mayúsculas y minúsculas, concatenadas al azar, quizás formando alguna
palabra, quizás sedientas de frases. Reconoció en el trazo de todas ellas la
caligrafía de Maica.
Fue
entonces cuando sonó el teléfono. Descolgó el auricular y reconoció una voz
dulce y triste que, al igual que en todas las ocasiones anteriores, se cifraba
en la lengua que lo perseguía durante toda la mañana. Era la voz de Maica.
Sintió alivio al oír su tono de voz, incluso alegría, por ello, decidió no solo
oírla, sino escucharla. Ahora, era capaz de descifrar y entender el condenado
dialecto. Fue entonces cuando comprobó que acababa de aprender un cuarto idioma.