
DE DEMONIOS Y PRINCESAS
A veces los momentos nos eligen, otras veces lo hacemos nosotros.
La noche olía a cirios que habían quemado las horas del día. El momento decidió elegir ese aroma para cruzar dos miradas errantes que huían de sí mismas. Los ojos se hicieron palabras, y las palabras, misterio. Él se columpiaba en aquellos ojos hipnotizadores, Ella en la seducción de palabras que eran enigmas a voces. Irracionalidad irresistible. Entre las pavesas de la noche quedó escrito un número de teléfono cuyos dígitos eran sinuosas interrogaciones retóricas arrastrándose como sierpes en un desierto.
El momento decidió ser elegido. Él decidió acariciar repetidas veces esa combinación de números, álgebra peligrosa cuando el corazón está húmedo aún por las lágrimas. La llamó. La atracción por lo ignoto es una vereda de sombras de lejana luz. Ella percibió el riesgo de los latidos de lo que no se pronuncia, intuía secretos que sabía que él no desvelaría. No hacía falta. Ya los conocía. Amaba su sensibilidad. Era su poeta de cantos druídicos. Decidieron ahogar la tarde en las orillas del río, a los pies de la bella ciudad, frente a una copa de vino cuyo cristal reflejaba las luces del románico que abrían las puertas a la noche de demonios y princesas. La tarde huyó con la fotografía de la ciudad en el espejo de las aguas, la noche volvió empapada del aroma a cirios.
Los momentos elegidos por dos son estallidos pares de impares instantes. Esa noche ambos decidieron bucear en el abismo proceloso de sentimientos sin nombre. Él, demonio de sus tormentas interiores, Ella, princesa de flores pisoteadas. Ambos representando su papel, actores de su propia tragicomedia personal, hambrientos de cariño, sedientos de esos besos y caricias que difuminan los trazos amargos de historias perfiladas por el corazón. Él dibujando el boceto de su falacia, Ella haciendo que se la creía. Ambos mintiéndose para poder amarse, para poder respetarse. Las desconocidas geografías de sus cuerpos se convirtieron en ardiente pangea de abrazos que no quiere conocer la evolución de continentes a la deriva. Ambos exploradores de suspiros, navegantes de pieles ignotas, arquitectos de pasiones tan incomprensibles como inevitables. La entrega más hermosa es aquella que hace feliz cuando se oyen los latidos de la piel cercana. Y ellos se entregaron. Sin preguntas ni respuestas, solo con el alfabeto de sus miradas, solo amando.
Retaron al tiempo pero la hoz de las horas sesgó la noche. La mañana trazó los kilómetros del adiós, lentamente, con pausas que tomaban la forma de cadenas infinitas vencedoras de yunques osados en romperlas. Lo sabían pero fue preferible pensar lo contrario. Jamás demonios y princesas comieron perdices en cuentos al abrigo de la lumbre. Pero hay cuentos que se escapan por las grietas de páginas de caligrafía monótona y se convierten en bellas historias del sendero del arco iris.
Conozco un castillo en las regiones del viento donde aún habita un demonio y su princesa.