Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves
los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos,
comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.
Miguel
Delibes
Abríguense esta noche de noviembre los que osen salir de su segura
morada. Hará frío de ánimas capaz de helar al mismo fuego. Es la noche de Ellos,
de aquellos que vuelven al mundo embozados en la oscuridad de los siglos. No
somos nosotros quienes los visitamos en sus cementerios, son Ellos quienes nos
vienen a visitar y penar, para dejarnos una sombra de condolencia encima de
nuestras tumbas de vida.
Los que opten por
permanecer en sus hogares, acérquense al fuego que siente los crujidos de esas
pisadas cercanas, y escuchen la voz pausada de la literatura que se acercó al
temblor de esas ánimas.
Feliz viaje -y retorno-
para ambos.
Gustavo
Adolfo Bécquer
Nuestra primera parada:
Soria. Románticos decimonónicos, bien comprendieron de lo que hablamos. Gustavo Adolfo Bécquer, en su leyenda “El Monte de las ánimas” transcribió cada uno de
los lacerantes latidos que sentirán al encontrarse solos la Noche de Difuntos
en este monte de Soria frente a la ambición de ánimas de terribles monjes
templarios e hidalgos:
La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las
campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que
oí hace poco en Soria. (…)
La
noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las
Ánimas. (…)
Ese
monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento
ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la
vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras
para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable
agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como
solos la conquistaron.
Entre
los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad
fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros
tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus
necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar
una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como
llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz
del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los
otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No
se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como
arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una
batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se
quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la
autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró
abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo
atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde
entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana
de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus
sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los
zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan
horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las
huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos
el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la
noche. (…)
José
Zorrilla
El mito del día de Todos
los Santos se hace realidad con otro romántico, José
Zorrilla, y su Don Juan Tenorio. Nos
vamos a Sevilla. Tiemblen los burladores de mujeres, provocadores de hombres y
retadores de dioses. Aquellos a los que escarnecieron y asesinaron regresarán
de su morada eterna para venir a convidarlos a un festín mortal:
ESTATUA.
Aquí
me tienes, don Juan,
y he aquí que vienen conmigo
los que tu eterno castigo
de Dios reclamando están.
DON
JUAN:
¡Jesús!
ESTATUA:
¿Y de qué te alteras,
si nada hay que a ti te asombre,
y para hacerte eres hombre
plato con sus calaveras?
DON
JUAN:
¡Ay
de mí!
(…)
ESTATUA:
Aprovéchale con tiento,
(Tocan a muerto.)
porque el plazo va a expirar,
y las campana doblando
por ti están, y están cavando
la fosa en que te han de echar.
(Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.)
DON
JUAN:
¿Conque por mí doblan?
ESTATUA:
Sí.
DON
JUAN:
¿Y esos cantos funerales?
ESTATUA:
Los
salmos penitenciales,
que están cantando por ti.
(Se ve pasar por la izquierda luz de
hachones, y rezan dentro.)
DON
JUAN:
¿Y
aquel entierro que pasa?
ESTATUA:
Es el tuyo.
DON JUAN:
¡Muerto yo!

Mariano
José de Larra
Paremos en la capital
del reino, Madrid. El último romántico español que nos acompaña en este viaje
durante esta fría noche es Mariano José de Larra. Se
unió muy pronto a esta comitiva de ánimas, a sus 28 años, tal y como se intuía
en un artículo de costumbres titulado “El día de
difuntos de 1836” que escribió tres meses antes de suicidarse:
Hoy, día de difuntos de 1836, (…)
Un sonido lúgubre y monótono, semejante al
ruido de los partes, vino a sacudir mi entorpecida existencia.
-¡Día de difuntos!- exclamé. (…)
Dirigíanse las gentes por las calles en
gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas
culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso
salían de las puertas de Madrid!
Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está
el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y
comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el
cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia,
cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de
una esperanza o de un deseo (…)
¿Os movéis para ver muertos? (…) ¡Miraos,
insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio
epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros
sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad,
la única posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan
contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados, ni movilizados; ellos
no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del
celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta,
porque ellos hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se
atrevería a encausar y a condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley,
la imperiosa ley de la Naturaleza que allí los puso, y ésa la obedecen. (…)
Juan
Ramón Jiménez
Incluso los versos de
los poetas tañen a muerto. Las campanas del amor han enmudecido. Nos acercamos a
Huelva. La hipersensibilidad del de Moguer, Juan
Ramón Jiménez, le hace desear ser un ánima más vagando por esas calles
iluminadas por la luna llena de la Noche de todos los Santos en su poema “Viento negro, luna blanca”:

Viento negro, luna blanca.
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo
da un azul iluminado
de abajo, al romanticismo
de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas
– ¡campanas que están doblando! –
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto, por la luz
agria de las calles; llamo
con todo el cuerpo a la vida;
quiero que me quieran; hablo
a todos los que me han hecho
mudo, y hablo sollozando,
roja de amor esta sangre
desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero
tener corazón, y brazos
infinitos, y sonrisas
inmensas, para los llantos
aquellos que dieron lágrimas
por mi culpa!
...Pero,
¿acaso
puede hablar de sus rosales
un corazón sepulcrado?
– ¡Corazón, estás bien muerto!
¡Mañana es tu aniversario! –
Sentimentalismo, frío.
La ciudad está doblando.
Luna blanca, viento negro.
Noche de Todos los Santos.
Miguel
de Unamuno
Seguimos el viaje por
esos cementerios castellanos austeros de barro y campo. Nos detenemos en Salamanca. El silencio de los
difuntos es violado por las risas y lloros de los vivos tal y como denuncia el vehemente Miguel
de Unamuno en su poema “En un cementerio de
lugar castellano”. No osen
hacerlo. Su alma no fue de poeta pero sí supo captar ese sentimiento trágico de
la vida… y de la muerte:
Corral de muertos, entre pobres tapias,
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
señala tu destino.
(…)
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
por donde van y vienen,
ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!
(…)
Edgar
Allan Poe
Crucemos el Atlántico.
Los románticos estadounidenses también sintieron a los espíritus de la muerte,
y mejor que nadie, Edgar Allan Poe, en su
poema “Espíritus de la noche”. Estos os
buscarán si estáis vivos u os acompañarán si estáis muertos. Tienen una cita en
la tumba de piedra gris:
Tu alma, en la tumba de piedra gris,
estará a solas con sus tristes pensamientos.
Ningún ser humano te espiará
a la hora de tu secreto.
¡Permanece callado en esa soledad!
No estás completamente abandonado:
los espíritus de la muerte, en la vida te buscan
y en la muerte te rodean. (…)
Juan
Rulfo
Y desde América del
Norte nos dirigimos a la Central, a Méjico, a visitar a Juan Rulfo y a su novela “Pedro
Páramo”. ¿Qué ocurre si entramos esta noche en el pueblo de Comala? Lo
encontraremos vacío de vivos y repleto de ánimas en pena vagando por sus
calles. Comala es un cementerio vivo, ¿se atreven?:
Lo que acontece es que se la pasan encerrados.
De día no sé qué harán; pero las noches se las pasan en su encierro. Aquí esas
horas están llenas de espantos. Si usted viera el gentío de ánimas que andan
sueltas por la calle. En cuanto oscurece comienzan a salir, y a nadie le gusta
verlas. Son tantas, y nosotros tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para
rezar porque salgan de sus penas. No ajustarían nuestras oraciones para todos.
Si acaso les tocaría un pedazo de Padrenuestro.
Wenceslao
Fernández Flórez
Regresemos de América y
desembarquemos en la mítica y mágica Galicia. Introduzcámonos esta noche en “El bosque animado” de Wenceslao
Fernández Flórez. Con toda seguridad nos saldrá al paso el labrador Xan
de Malvís, convertido en el bandido “Fendetestas” y su peor sueño, Fiz de
Cotovelo, ánima en pena que vaga por el bosque y que se animará a seguir a la
Santa Compaña de ánimas difuntas. ¿Nos unimos al grupo?:
Cierta noche, sentados sobre el pico más
alto de las rocas, vieron marchar por la negra lejanía una serie de puntitos de
luz que avanzaban de oriente a occidente, uno tras otro, conservando siempre
una distancia igual entre sí. Fendetestas se levantó sobresaltado.
—Así Dios me salve como es la Santa
Compaña.
—Es —asintió el fantasma naturalmente, sin
inmutarse.
—Viene hacia aquí.
—No. Va hacia el mar.
Xan de Malvís volvió a sentarse. Acababa de
ocurrírsele una idea.
— ¿Es cierto que no hay obstáculo para
ella, que signe siempre en derechura, sobre los montes y sobre los barrancos y
sobre el agua…?
—Sí.
— ¿Y hasta podrá dar la vuelta al mundo?
El fantasma alzó los hombros con desdén.
—Claro que puede.
—Pues si ésos van hacia el mar —siguió
intencionadamente Fendetestas—, todo por ahí, siguiendo en línea recta, a donde
llegará no es otro sitio que las Américas. Por ahí se van también los vapores. El
espectro calló.
—Ahora es la zafra en Cuba —continuó
Malvís—. Buena ocasión de ver aquello. Se trabajará de firme en los campos de
caña y habrá allí muchos hombres ganando buenos jornales. No digo yo que
quisiera ser uno de ellos, pero me gustaría verlo si pudiese y no me hicieran
pagar el viaje.
—Sí, Malvís —reconoció el ánima en pena,
con una rara excitación—. Debe de ser un buen espectáculo.
—Sobre todo, verlo, Cotoveliño; haber
estado allí… Porque, mira, no haber ido a San Andrés de Teixido…, bueno…, no
está bien; pero hay mucha gente que no fue y no siente vergüenza. Pero… ser de
la tierra y no conocer América, Cotovelo…
—Es verdad, es.
—No poder contar nunca: «Cuando yo estuve
en Cienfuegos…» Los pobres que nunca logramos ir no somos nadie. Ahí tienes
unos compañeros tuyos que van para allá. ¿Qué te iban a decir si te unieses a
ellos? Seguramente…
Pero no hizo falta que continuase. El
secular afán emigratorio, reforzado por el también secular afán de no pagar el
pasaje, habló en el alma del campesino difunto. Erguido, lúgubre, el fantasma
de Fiz Cotovelo se alejaba ya, como empujado por el viento, hacia la negra lejanía.
Buena Noche de Difuntos
a todas las ánimas literarias mencionadas que han vagado hoy por este Espejo.
Espero que su presencia no haya causado pavor sino placer a todos los que se
hayan animado a viajar con su imaginación por esta noche, en la que el vivo se
aleja de la muerte y el difunto recupera la vida.
Que la noche les sea
propicia.