Para todas las abnegadas madres que han hecho posible
que la Nochebuena sea Buena de verdad
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LA BUENA NOCHEBUENA
Está sentada a la mesa. Junto a ella, su silencio.
Sus ojos cansados de inviernos gélidos observan y escuchan plácidamente las conversaciones de los comensales. No entiende muy bien lo que significa “es mejor el iphone que el ipad” o que el “IRPF nos dejará temblando este año”. Ella solo está pendiente de que las viandas pensadas desde hace días y preparadas desde hace horas, estén perfectamente presentadas en la mesa y deliciosas para los paladares que las degustarán. Espera su beneplácito. Ese es el único premio que anhela.
Su hija mayor es la primera que alaba esa sopa de mariscos que ya es un exquisito clásico en Nochebuena. Ella sonríe y encuentra la excusa perfecta para integrarse en la conversación explicando los pormenores de tan deliciosa receta gastronómica. Se siente satisfecha ante la victoria de la primera batalla de la cena.

La preocupación la invade cuando su nuera rechaza, con amabilidad, el salmón con salsa de piñones que ha estado preparando toda la tarde. Su hijo menor lanza una mirada atravesada a su mujer mientras esta le responde en voz alta, ya sabes que no me gusta el pescado. Si nunca te lo he visto probar, contesta él en defensa de ese cariño que sabe que su madre ha incluido como ingrediente principal del plato. No importa, responde la madre-suegra, también hay un segundo de carne ya pensado para aquellos que lo prefiráis. Ella, no solo ha elaborado la cena sino que ha previsto todos los imprevistos previsualizando lo imprevisible. El solomillo con arándanos llega a la mesa. No hay escapatoria, la nuera se lo come. Algunos, declarándose profundamente carnívoros, optan por degustar también el segundo manjar. Ella, se siente feliz mientras un brillo inunda sus ojos.
Se levanta mil veces de la mesa: el Albariño para el pescado, El Ribera de Duero para la carne. Yo no tomo alcohol, le dice su hija mayor, y tú deberías pasarte ya a la cerveza ¿no te parece? , le dice al hermano que tiene al lado mientras este le mira con estupefacción. Y ella, la madre-suegra, se dirige a la cocina a por refrescos comodines como quien levanta la bandera de la paz. Ya que estás ahí, trae las pinzas para el marisco, le dice la otra hija rezagada en una nécora de los entrantes que se le está resistiendo. Y ella, mil y una veces más, con afán religioso, se apresura a contribuir con las bebidas y pinzas a esa felicidad de sus retoños.
Por fin se sienta ante la insistencia de su hija menor y se vuelve a sumir en la contemplación placentera de ver como su trabajo aún es útil para unos hijos que ya han volado de su regazo. Se vuelve a sentir madre.

Aún no ha llegado la hora del postre y el benjamín de un añito, cansado de ver cómo los mayores juegan al juego de comer que él aún no sabe jugar con precisión, amodorrado en unas horas en las que él ya está correteando con los angelitos y harto de que no le hagan caso, despliega sus armas de infante con un puchero compungido que acaba convirtiéndose en un profundo alarido. La madre-suegra-abuela, como si de una maratón se tratase, vuelve a levantarse de su silla antes que nadie y, esta vez, se arma de patitos cuack-cuack y de ositos amorosos que desatan dulces sonrisas en el nieto por el que bebe los vientos. Se te quedará frío el solomillo, le dice su hijo, pero ella está embelesada besando con ahínco esos carrillos rollizos de su nieto haciendo las delicias del niño. Lo toma en sus brazos, y el loco bajito se queda dormido. Ha sido una suerte, debe servir ya el postre.
Cuando llega con las piñas, turrones, mazapanes, polvorones y demás golosinas, descubre la amenaza de una batalla campal. Partidarios del nuevo gobierno y del gobierno extinto convertido en oposición se han reencarnado en sus propios hijos. Parece mentira, piensa mientras se muerde el labio inferior, todos educados de la misma manera y tan distintos en su forma de pensar… Rápidamente, lanza una bomba nuclear advirtiendo que si despiertan al benjamín tendrán que vérselas con ella. Nunca se firmó un tratado de paz con mayor rapidez…
El cava va dorando las largas copas mientras las burbujas se elevan hacia ese cielo de ilusiones. Todos las toman de la mano y las alzan. La madre-suegra-abuela no beberá ni una sola gota, jamás le ha gustado, pero de sus mejillas si brotarán gotas de alegría cuando oye el ruido de los brindis de sus hijos al unísono de sus risas que estallan como maravillosos fuegos artificiales en ese cielo de Nochebuena desde el que la mira y la besa el padre-suegro-abuelo.