miércoles, 23 de enero de 2013

SECRETO DE CONFESIÓN


SECRETO DE CONFESIÓN

-               -Ave María Purísima.
-               -Sin pecado concebida. Dime, hijo, ¿de qué te acusas?
-               -Bueno padre… no me gusta acusar… no creo que esté bien…
-               -¿Qué vienes a confesar, entonces, hijo?
-              - Verá. Confieso que no creo en la confesión.
-               -¿Cómo dices?
-               -Que no creo en la confesión, padre, que no creo.
-               -¿Qué no crees? Pero si lo estás haciendo ahora mismo, hijo…
-               -¿Usted se confiesa, padre?
-              - ¡Hijo mío! Todos debemos confesarnos ante Dios Todopoderoso.
-              -No, no. No me refiero a ese tipo de confesión, ya sabe… la otra… ¿usted se confiesa con otro sacerdote? Dígamelo, padre.
-              -Hijo… ¿a qué viene todo esto…?
-              - ¿Usted se confiesa?
-               -Claro que me confieso, hijo.
-               -¿Con quién?
-               -Ante Dios Nuestro Señor.
-               -O sea que no se confiesa con otro cura, vamos…
-               -Lo que he dicho es que…
-               -¿Siente placer cuando se confiesa, padre?
-               -Todos debemos humildad al Creador por nuestros pecados.
-              -Ya, ya… O sea que peca… Y… ¿cuántas veces?
-               -Mira, hijo, creo que te estás equivocando…
-              - Claro que me equivoco, debería seguir su ejemplo y confesarme con Dios, no con usted, un… pecador potencial.
-              -¿Pecador potencial, yo? ¿Pero qué barbaridades estás diciendo, hijo mío?
-         - Me acaba de decir que se confiesa, y si se confiesa, es que peca, y si peca es que es un pecador. A ver… ¿cómo sé yo que no me estoy confesando con un pecador?
-              - Pero… ¿qué estás diciendo?
-         - ¿Se ha confesado ya, padre, para poderme confesar a mí? Porque mucho ponte, ponte de rodillas pero garantías de estar limpito de pecado me ofrece pocas, ¿no?
-              - Estás pecando de soberbia y orgullo, hijo, recuerda que Nuestro Señor te está escuchando.
-             -  Padre… me está insultando… está insultando al prójimo. ¡Ya tiene que confesarse!
-             -  ¡Yo no me tengo que confesar de nada!
-              - O sea que reconoce que no se confiesa… Ya me parecía a mí… si al final voy a tener razón…
-              -Estás pecando, hijo, estás pecando ante Dios con tu actitud en su propia casa.
-          -¿Ante Dios? No me diga que ahora se cree Dios, padre… ¿Cómo me dijo que se llamaba…? ¿Soberbia?
-               -Mira hijo, vamos a dejarlo…, vamos a dejarlo…
-         - Ni se confiesa ni quiere confesar… Dejadez de funciones e incumplimiento de contrato… ¿a quién tengo que poner la reclamación? ¿Tienen libro de reclamaciones?
-              - ¡El único libro que a ti te hace falta es la Biblia!
-         - O sea que no tienen libro de reclamaciones… No, si ya me lo imaginaba yo… Se pasan siglos vendiendo cielos, infiernos, pecados y padrenuestros sin periodo de garantía y sin derecho a reclamar… ¿Lo sabe la OCU?
-             -  ¡Sal inmediatamente de aquí ahora mismo!
-         -  ¡Pero si no es su casa! Es la casa de Dios, hace un instante me lo acaba de decir. No puede echarme de una casa que no es la suya. Por cierto… ¿pagan el IBI? Si es de Dios, supongo que no, ¿no?
-         - ¡Eres un descerebrado! Y te conozco… te he reconocido… ¡Vaya que si te he reconocido…! Esta misma tarde hablaré de esto con tu mujer y tu familia…
-          -¿También va a infringir el secreto de confesión, padre? Por Dios, por Dios… se va a pasar usted confesándose tres meses y medio…
-             -  ¡Será….!
-         - No, no se levante, padre, no hace falta, ya me voy yo que me ha hecho perder demasiado tiempo y paciencia… ¡Ah!  ¡Y no olvide confesarse también el taco que acaba de soltar…! Quede con Dios.



miércoles, 16 de enero de 2013

CUENTACUENTOS




CUENTACUENTOS


Cuentan los más ancianos del lugar, que nunca tuvo un nombre propio, solo letras minúsculas que arrastraba el viento sobre los troncos de los árboles en primavera, y sobre la lluvia de octubre que lloraba en los cristales de las casas.

Cuentan las más bellas muchachas del lugar, ahora cubiertas por los surcos del tiempo, que a veces lo habían visto reflejado en el espejo de las frías y diáfanas aguas de la fuente de la plaza a la que acudían con sus cántaros. Silbaba una dulce canción acompasada con la melodía del agua que martilleaba en la piedra granítica, y que se enredaba en la cintura de aquellas que se atrevían a sonreírle con timidez.

Cuentan los cazadores del lugar que los bosques eran su refugio de fugitivo, su lecho de libertad. Solía merodear entre los altivos pinares y los robustos castaños, aunque prefería retozar en los claros verdes inundados de pétalos de flores con los que cubría su piel. Todos los atardeceres se le veía alejarse del bosque dejando un reguero de margaritas tras sus huellas. Las rosas y sus espinas entonces, eran cuando comenzaban a plañir.




Cuentan los ancianos gaiteros del lugar que en las noches de fiesta del estío, se enredaba entre los tacones de los zapatos de las muchachas casaderas, obligándoles a bailar danzas que solo conocía el aroma espeso del verano cuando se posaba en la piel. La plaza del pueblo, entonces,  latía amapolas. Los púdicos vestidos de las muchachas se deshojaban en ramilletes de albahaca. Compases de grillos acompañaban toda la noche a ojos abiertos sobre almohadas desveladas.

Cuenta el anciano sacristán del lugar, que todos los domingos acudía a la iglesia. El olor a tomillo fresco advertía de su presencia. De nada servía el recato de jovencitas, y menos las regañinas de abnegadas madres de pañuelos negros en la cabeza: el brillo de miradas furtivas apagaba los oropeles del altar y blasfemaba pasiones contenidas. En ocasiones señaladas, se le divisó subido al campanario: flores de azahar brotaban de sus manos y desde las alturas volaban como mariposas enloquecidas que no cesaban de batir sus alas hasta posarse sobre velos inmaculados de vestidos nupciales con olor a naftalina.



Cuentan los niños del lugar, ahora convertidos en robustos labradores, que la Noche de Difuntos en la que asaltaban los muros del pequeño cementerio para vencer miedos que les llevarían a la adolescencia, que siempre lo encontraban paseándose entre cipreses negros de noche  y lápidas blancas de reciente cal. Lo habían visto llorar enredado entre flores mustias de olvido y tierra húmeda de silencios. También estaba allí, con su cálida memoria y con la voz del recuerdo.

Cuentan las leyendas del lugar que su día era la noche y que su luz era la luna. Cuando bajaba el sol, esperaba el paso de las campesinas que regresaban de las labores de la era. Lo presentían con la caída de la tarde sobre los campos de trigo, lo sentían en su corazón cuando el manto de la noche cubría los tejados de sus hogares. Las llamas del fuego de sus chimeneas iban trazando con movimientos sinuosos el plano que debían seguir para encontrarse con él. Los aullidos de los perros en la oscuridad lo delataban montado sobre un caballo negro que apostaba frente a puertas de madera o en la trasera de un corral, esperando bocas de jazmín que arropadas por la noche acudían sedientas a su encuentro.



Cuentan aquellos a los que les cuesta menos recordar lo que desgarra al alma, que una mañana de gélido invierno le vieron partir por el sendero que no tiene voz. Cabalgaba despacio, con el abatimiento de la tristeza de los años. Sobre su sombrero, una pena infinita  iba siendo cubierta por la nieve que caía. Sobre su corazón, una rosa marchita de terciopelo pero de eternas espinas afiladas. No quiso mirar atrás, una ráfaga de frío viento le obligó a cerrar sus ojos humedecidos por heridas carmesí. Huérfano de despedidas, acabó difuminándose entre un horizonte blanco de diciembre. No se le volvió a ver nunca más.

 Aquella mañana, los troncos de los árboles borraron con tristeza iniciales de enamorados. La lluvia de otoño jamás volvió a llorar sobre los cristales de las casas. El agua de la fuente solo supo entonar cánticos plañideros. Las cinturas de las muchachas fueron huérfanas de canciones. En los bosques no volvieron a florecer margaritas ni en las rosas espinas. Y en los bailes de verano, las gaitas sollozaban lamentos de noches de grillos. Los pechos de las mujeres jamás volvieron a oler a albahaca. Las campanas de la iglesia nunca más despidieron flores enmudeciendo oxidadas entre el aroma del azahar. En la Noche de Difuntos nadie osaba salir de sus casas, las almas se despertaban de su sueño infinito para velar con tristeza la ausencia de aquel que besó su olvido, vagaban por las callejuelas del pueblo buscando desesperadas a quien las amó. Las noches de muchachas furtivas ya nunca oscurecieron con la llegada del atardecer, el fuego de sus hogares apagó las llamas de sus latidos. Los aullidos de los perros en la madrugada enmudecieron. Las bocas de jazmín se marchitaron entre la nieve.

Fue entonces, cuando comprendieron.




miércoles, 9 de enero de 2013

VORÁGINE DE MAREAS



Sanxenxo (Pontevedra)
Fotografía: Marisa Vegas

(Voces silenciosas IX)


BAJAMAR

Duermen en arenas cálidas y sedientas
sueños de salitre y olas,
reptando entre sombras rocosas
  la luz lame sábanas del alba.
Enterrados bajo castillos de arena
yacen tesoros de cofres vacíos,
despojados de amores diamantinos,
repletos de rencores dormidos.
La ambición del mar anhela abrirlos
creyendo dentro fortunas
de caracolas ladronas de ecos,
de silencios arrogantes de espumas.
Con sigilo de horas perezosas
olas voraces trepan hambrientas
 por escollos malheridos,
abriendo peligrosas brechas de agua
en arenas de sueños dormidos.



Sanxenxo (Pontevedra)
Fotografía: Marisa Vegas


PLEAMAR

Metamorfosis de minutos
desperezan al dolor hibernado,
playa anegada de ultrajes salinos
entre gemidos de caracolas heridas.
Cofres inundados por osadías marinas
liberan rencores dormidos,
cerrojos forzados por tempestades
estallan en sus orillas.
Brama la mar al descubrir
 tesoros de Pandora ahogados
en desprecios de inertes corales,
en  llaves oxidadas de olvidos.
Y llora la luna en la lejanía
con pañuelo de mareas en su mejilla.




martes, 1 de enero de 2013

EN EL RINCÓN DE MI INFINITO



Fotografía: www.flickr.com


EN EL RINCÓN DE MI INFINITO

En el rincón de mi infinito
hojas secas se oyen crujir:
ocaso de huellas del pasado,
melodía del alba por descubrir.

Acordes desafinados precipitándose
por la garganta del viento reptil,
brisas amables los recogen
en el seno de sus labios carmesí.

Y mientras el gris se desvanece
en  los recodos de tela de araña vil,
el arco iris en la piel del mar florece,
 olas compitiendo con sus pétalos de añil.

En el lodo de lo que pasa y no queda
se arrastra y yace  el sentimiento ruin,
abonando con su pálida mortaja
las blancas páginas del nuevo vivir.

Y macerados perfumes sin nombre
comienzan en las venas a fluir,
en el rincón de mi infinito,
 horas, días, tiempo, se empiezan a escribir.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...