miércoles, 19 de septiembre de 2012

EL OMBLIGO DE ADÁN



''Adán y Eva
(Adam und Eva)
Alberto Durero, 1507
Óleo sobre tabla • Renacimiento
209 cm × 81 y 80 cm
Museo del Prado


EL OMBLIGO DE ADÁN

Dicen aquellos que se alimentan diariamente de algo inmaterial que llaman espíritu, dios o alma, que lo difícil no es mantener la fe sino tenerla. Lo difícil es encontrarla, añaden otros.

La primera parte de la anterior afirmación era la que el padre Damián le susurraba al oído todos los días a los feligreses que acudían a confesarse a la pequeña iglesia del más pequeño pueblo todavía del que era párroco. No se sabe muy bien si se lo susurraba en voz apenas perceptible, bien por la coyuntura del recinto sagrado en el que se encontraban, bien porque la voz se le apagaba como la llama de una vela en carencia de oxígeno al pronunciar esa sentencia de mantener la fe. Lo que sí sabemos es que la segunda parte de la afirmación, “lo difícil es encontrarla”, era incapaz no solo de pronunciarla sino de masticarla y mucho menos de digerirla. En este punto, la vela siempre sería un cirio eternamente apagado, luz errante envuelta en crespón.

Tenemos constancia de que al Padre Damián le gustaba leer. Comenzó siendo una afición que mitigaba el hastío de las largas noches de invierno y nieve que asolaban al pequeño pueblo cuyo nombre no quiero acordarme, y acabó convirtiéndose en una adicción diaria, sana para el lector cultivado, pecaminosa para algunos colegas del padre Damián si tenemos en cuenta que las lecturas que hacía nuestro párroco no se limitaban a misales u obras hagiográficas, sino a autores consagrados por la Madre Literatura que abrían los ojos al mundo y a la cultura a todo aquel que deseaba ver. Ya sabemos que en el mundo eclesiástico la ceguera era un mal común, otros se conformaban solo con mirar, pero los que se atrevían a ver debían acabar en la hoguera cervantina junto al escrutinio de los sueños caballerescos, tal y como afirmaba el Padre Ceferino.

No sabemos cómo esos ejemplares de libros herejes caían en las manos del Padre Damián, pero aquella noche de diciembre, más fría de lo habitual, mientras nuestro sacerdote se arropaba en la cama con tres mantas de basta lana confeccionadas por una misma lugareña que bien lo quería, creyó encontrar la causa de su pesar:

-          _ La culpa la tiene ese maldito Unamuno… -masculló nuestro Padre en voz alta.

Hacía un par de semanas que el párroco había terminado de leer la nivola de Unamuno que llevaba por título San Manuel Bueno, mártir. Para aquellos lectores que hayan seguido los consejos del Padre Ceferino y no se hayan acercado a sus heréticas páginas, la novela abordaba el drama de un párroco que había perdido la fe pero que sin embargo se afanaba por mantenerla en sus feligreses con el objetivo de que siguieran siendo felices y no desdichados como él, nadando en la ignorancia, fiel principio que el propio Unamuno debatió en sus galerías del alma.  El antiguo rector de la Universidad de Salamanca era el culpable de todos los males del Padre Damián, así lo sentenciaba la razón de nuestro párroco entrado en años. Su fe se tambaleaba como una copa de fino cristal apoyada en la punta de un alfiler.

En realidad, la culpa no era de D. Miguel de Unamuno. Todo empezó cuando en las manos del Padre Damián cayó un libro de arte que contenía algunas pinturas del Museo del Prado. No podemos ocultar que a nuestro párroco al principio le aburrían, incluso tuvo pesadillas goyescas, pero sus ojos cansados y apagados por el martilleo del tiempo se le encendieron de inmediato al detenerse en dos tablas pintadas en 1507 por el alemán Alberto Durero. Se trataba de la representación de Adán y Eva. Desnudos. Solo sus partes más íntimas eran ocultadas por hojas de un manzano, pero para el Padre Damián, desnudos, completamente desnudos. Se sonrojó al imaginarse qué pensaría el Padre Ceferino si le descubriese en ese momento observando tales pinturas. Y no se equivocaría de su reacción si hubiera sabido  que en el siglo XVIII Carlos III ordenó que estos cuadros, junto a otros desnudos, fueran quemados por su contenido obsceno. Finalmente, alguien le debió hacer cambiar de opinión, (seguramente alguna mujer) y los conservó para que sirvieran de enseñanza a los jóvenes artistas. Observe el lector que esa ceguera de la que hablábamos, no solo ha sido propia del mundo eclesiástico sino también de los poderes públicos, pero no abandonemos a nuestro Padre Damián envuelto en sus mantas de abrigo.

No fue el desnudo de Eva, tampoco el de Adán, lo que le llamó la atención a nuestro Padre. Tampoco el incuestionable valor artístico de las tablas. Ni tan siquiera la belleza pictórica de un Renacimiento que acababa de nacer sumido en las oscuridades de la Edad Media. No, dejemos las suspicacias para el Padre Ceferino. Lo que le llamó la atención a nuestro protagonista fue el ombligo. Para ser más exactos, dos ombligos. El de Adán y el de Eva, por supuesto, el suyo propio había dejado de mirárselo desde que se topó con D. Miguel de Unamuno. Si ellos habían sido los primeros seres creados ¿cómo era posible que tuviesen ombligo? ¿Quiénes les había parido? Habían sido creados a semejanza de Dios, al menos Adán, que la otra no era más que parte de su costilla, y tenía entendido que ese Dios era masculino o al menos, para nada femenino. ¿Dios, ahora, iba a ser una mujer? ¿Qué era exactamente en lo que creía? ¿Qué le habían enseñado? ¿Qué era lo que él mismo defendía y predicaba?

Las dudas le duraron algunas horas. Se sintió protagonista de la novela anteriormente citada de Unamuno, no porque hubiese creído reveladores los ombligos de Durero, sino porque esta parte tan humana del cuerpo, tan unida a la génesis de nuestra existencia, le había hecho plantearse cuestiones que iban más allá de ombligos. Realmente, de dónde veníamos, y, sobre todo, a dónde vamos ¿Quién es, era o fue Dios? ¡Pobre Padre Damián! Creía haberse formulado preguntas inéditas. Debemos disculparlo si tenemos en cuenta que los libros de Filosofía no caían en sus manos, aunque debemos alegrarnos de que no conociera a Nietzsche porque entonces D.Miguel de Unamuno le hubiera parecido una hermanita de la caridad.

Rápidamente, decidió tomar cartas en el asunto. No toleraba que un artista como Durero pusiera en duda los pilares del cielo, y por extensión, los suyos propios. ¿Cómo se había atrevido a pintarle ombligos a Adán y a Eva? ¿Cómo osaba tambalear los cimientos del Génesis? Quizás influido por la lectura de Cervantes, nuestro Padre Damián se puso la vestimenta de Don Quijote y decidió desfazer el entuerto. Ese mismo domingo iría al Museo del Prado y borraría para siempre de esas dos tablas, sendos ombligos ofensivos para la Cristiandad. Eso haría. Estaba decidido.

Sin Rocinante ni Sancho Panza, solo acompañado de un frasquito de alcohol de alta graduación y un estropajo, vemos a nuestro Padre Damián esperando al autobús que le conducirá a la capital del reino, sentado en un mojón afincado entre la mal asfaltada carretera y un trigal que queda a sus espaldas. Mientras espera, aciertan a pasar por allí tres muchachos de unos ocho años que lanzan carcajadas indiscretas al observar la estampa del Padre Damián con su sotana negra más que raída, su alzacuellos de párroco desprendido en parte ya que hace un par de años que se rompió y no se ha suplido, y su sombrero negro deshilachado que ha soportado las lluvias de nada menos que cincuenta años. Y es que el lector debe disculparnos el olvido o la omisión en la narración, pero el Padre Damián llevaba solo un par de años siendo el Padre Damián. Anteriormente fue el sacristán de la pequeña iglesia del pequeño pueblo del que hablamos, pero un día, más exactamente el día que falleció su madre, sus facultades mentales  -limitadas desde que nació pero siempre respetadas por el Padre Ceferino, párroco de la localidad-  decidieron convertirle en el Padre Damián. Desde entonces, los feligreses siempre le respetaban tanto como le compadecían, y los muchachos se burlaban tanto como se reían.

Y ahí tenemos a nuestro párroco, llegando al Museo del Prado, burlando el registro de enseres por los guardias de seguridad, apretados contra su pecho un frasquito de alcohol y un estropajo como armas liberadoras del Catolicismo. Sí, ahí lo tenemos, localizando las tablas de Adán y Eva de Durero e intentando salvar el cordón que las separa del visitante. También lo han localizado hace rato las cámaras del Museo. Su indumentaria obsoleta y estrafalaria, y sus pasos serpenteantes de sala a sala no pueden pasar desapercibidos. Cuando cree que su mano aferrada a un trapo goteando en alcohol se acerca a los ombligos en discordia, cuando saca a su Tizona  -que el Poema de Mío Cid también se lo ha leído-  para acabar con los ombligos del infiel Durero, otras manos del personal de seguridad lo echan abajo. El frasquito de alcohol se rompe en mil añicos en el suelo del Museo. Alarma que suena. Alzacuellos rodando en un semicírculo a los pies de las tablas. Sombrero pisoteado por el Caballero de la Blanca Luna. Invitación del Padre Damián al personal de seguridad a la confesión.

El juez se lo vuelve a repetir:

-          _¿Cuáles fueron los motivos que le llevaron a dañar el patrimonio artístico?

El Padre Damián solo puede contestar con una pregunta al juez:

-         _ ¿Por qué tienen ombligo Adán y Eva?

El juez no sale de su asombro. El Padre Ceferino, que ha acompañado al Padre Damián al juicio, arruga los labios, mueve la cabeza de un lado a otro y piensa que esa misma tarde, cuando regrese al pueblo, tendrá que deshacerse de todos esos libros prohibidos que esconde en la sacristía, lugar de juegos de Damián desde que era un niño.


domingo, 9 de septiembre de 2012

Carlos Berlanga. Lady Dilema.




La indecisión es una constante pregunta arrastrándose por las curvas del signo de interrogación y deteniéndose morosamente en los puntos suspensivos... Alguien espera una respuesta esquivando las olas en el mar de las dudas, pero las preguntas son las únicas respuestas por donde se puede navegar… o naufragar… Es:

Carlos Jesús García-Berlanga Manrique, conocido artísticamente como Carlos Berlanga nace en Madrid, 11 de agosto de 1959.  Fue un cantante y compositor español de música pop, una de las figuras centrales de la Movida madrileña. Su etapa más reconocida corresponde a los años 80, cuando formó parte de los grupos Kaka de Luxe, Alaska y los Pegamoides y, muy especialmente, Alaska y Dinarama. Era hijo del cineasta Luis García Berlanga.

En su faceta como diseñador y pintor destaca la realización del cartel de la película Matador de Pedro Almodóvar y del de la XIII Mostra de Valencia. Entre 1989 y 1990 realizó unas tiras cómicas para el diario ABC protagonizadas por Olga Zana.
Fallece en Madrid, 5 de junio de 2002 a consecuencia de una larga enfermedad hepática, dejando un legado de unas 185 canciones.

El tema que les dejo pertenece a su último álbum titulado “Impermeable” (2001, Elefant Records), Lady Dilema. El título habla solo… Que lo disfruten si es su gusto en este septiembre de retorno vacacional (gracias a todos aquellos que me han seguido leyendo y comentando a pesar de este gran lapsus temporal).




LADY DILEMA

No te decides por ninguna opción,
no me dedico a elegirlas yo.
Sigues dudando, sigo esperando
que tomes tu maldita decisión.

¿Qué es lo mejor cine o televisión?
Y si es cine, ¿de acción o comedia de amor?
¿Playa o ciudad?, ¿la montaña o el mar?
Y si es mar, ¿cuál será?, ¿qué océano valdrá?

Lady Dilema no vas a cambiar,
y es un problema para los demás.
Todo es adverso, todo es diverso,
has caído presa en la opción cero.

¿Qué te va más?, ¿alquilar o comprar?
Y si es alquilar,  ¿por mes o año fiscal?
¿Qué volverá, el nylon o el tergal?
Y si vuelve el tergal, ¿cómo lo lavarás?

¿Qué es lo mejor cine o televisión?
Y si es cine, ¿de acción o comedia de amor?
¿Playa o ciudad?, ¿la montaña o el mar?
Y si es mar, ¿cuál será?, ¿qué océano valdrá?

¿Qué te va más?, ¿alquilar o comprar?
Y si es alquilar, ¿por mes o año fiscal?
¿Qué volverá, el nylon o el tergal?
Y si vuelve el tergal, ¿cómo lo lavarás?

¿Qué es lo mejor cine o televisión?
Y si es cine, ¿de acción o comedia de amor?
¿Playa o ciudad?, ¿la montaña o el mar?
Y si es mar, ¿cuál será?, ¿qué océano valdrá?


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